Podemos decir con seguridad que sobre Sócrates (470-399 a.C.) “sólo sabemos que no sabemos nada”. Y es que Sócrates no escribió ninguna obra; todo lo que se sabe de él proviene de cuatro fuentes que, además, están en desacuerdo: Jenofonte, Platón, Aristóteles y Aristófanes, El hecho de tener versiones distintas sobre Sócrates es lo que se conoce como “el problema socrático”.
1.Sócrates y los sofistas.
Según Platón, Sócrates se diferencia radicalmente de los sofistas; él es su crítico y polemizador: rechaza tanto el escepticismo como el relativismo. El optimismo hacia la razón humana lo conduce a creer en la existencia de leyes estables, leyes que se pueden descubrir. Sócrates afirma, irónicamente, “sólo sé que no sé nada”; pero no niega la posibilidad de acceso al conocimiento por parte del hombre. Es como si quisiera decir: sólo quien se reconoce ignorante tiene la posibilidad de iniciar un camino racional hacia el conocimiento.
Sócrates comparte con los sofistas la preocupación por la educación de los jóvenes y por alcanzar la excelencia o areté. Pero su preocupación es distinta; para él, la excelencia o areté es conocimiento. Las pretensiones de los sofistas, argumentaba, son absurdas: pretenden enseñar la excelencia pero afirman que el conocimiento es imposible. La adquisición de una habilidad o excelencia, seguía argumentando, depende del conocimiento; si no hay conocimiento, si los humanos no conocemos el areté general de la vida, no podemos enseñar: los sofistas, criticaba, no saben nada y pretenden enseñar.
2. El método socrático.
Para Sócrates el comienzo del filosofar es el “sólo sé que no sé nada”, puesto que la búsqueda de la sabiduría supone, ineludiblemente, el reconocimiento de la propia ignorancia.
Sócrates propuso superar el relativismo de los sofistas mediante la búsqueda del concepto general, que es el mismo para todos y se encuentra, a su juicio, en el interior de todo ser humano, en su razón o logos.
El concepto se ha de expresar en una definición que ponga de manifiesto la esencia de los asuntos que nos preocupan, que responda a la pregunta sobre qué es la virtud, lo bueno y lo justo en sí.
En efecto, si logramos llegar a la definición de la justicia, esta ya no será cambiante y relativa, sino algo inmutable e igual para todos. Esto significa que la esencia de la justicia, es decir, lo que tienen en común todas las acciones justas, se hace patente mediante su definición.
Pero ¿cómo alcanzar la esencia de las cosas? Según Sócrates, estos conceptos están en el alma humana, pero no somos conscientes de ello.
Por eso propuso un método o camino para ayudar a los hombres a descubrir la verdad que habita en su interior, el método dialéctico, ya que se puede acceder a la verdad objetiva a través del diálogo, por medio de preguntas y respuestas, argumentando y contraargumentando.
Sócrates denominó mayéutica a este proceso dialéctico que tiene como fin descubrir la verdad. Se trata de un término que proviene de la palabra griega que significa “comadrona”. De este modo, Sócrates comparó la labor que el filósofo desempeña en el diálogo para “dar a luz la verdad” con la profesión de su madre, que asistía a los partos.
En el método dialéctico cabe distinguir dos fases o momentos:
a).Ironía o fase destructiva. Mediante preguntas sobre una cuestión y la refutación de sus respuestas, Sócrates trataba de eliminar los prejuicios del interlocutor y hacerle reconocer su ignorancia acerca de algo. Entonces, le ofrecía su ayuda para investigar juntos la esencia de aquello.
b).Mayéutica o fase constructiva. Continuando con las preguntas y respuestas, Sócrates ayudaba a alumbrar las ideas que se encontraban en el alma del discípulo. Al final, el interlocutor llegaba al descubrimiento de la definición correcta, expresión del concepto universal y válido para todos.
3. Su ética.
La ética socrática se entiende desde su reflexión sobre el ser humano. Las características de esta ética son:
*Para Sócrates, lo más importante del hombre es su alma, que es divina e inmortal. Igual que los médicos del cuerpo, él se consideraba a sí mismo como aquel que se propone facilitar la salud del espíritu. El bienestar corporal, el dinero o la fama- aspectos muy valorados en Atenas-, eran secundarios para Sócrates, mientras que lo espiritual era lo primero.
*La salud del alma coincide con la eudemonía o felicidad, que consiste en la armonía del alma con la naturaleza del universo. Pero ¿cómo se alcanza? Para Sócrates, la felicidad se consigue mediante un comportamiento virtuoso, es decir, conociendo lo que es bueno y verdadero, y logrando el dominio de sí.
*La virtud cobra un sentido nuevo para Sócrates, diferente al de los sofistas y el mundo griego arcaico: ahora es autodominio. Entiende que este es el dominio racional del alma sobre el cuerpo, el sometimiento del ser humano a su ley interior, es decir, a su logos o conciencia.
Frente a la libertad exterior o legal, que se resume en no ser esclavo de otro, se propone la libertad como algo interior del hombre, que consiste en no ser esclavo de los propios gustos o instintos.
*Todas las virtudes son un saber, un conocimiento no teórico, sino práctico, encaminado a la acción. Porque el conocimiento del bien en sí es condición necesaria para realizarlo y, por tanto, la virtud es también la capacidad de distinguir el bien verdadero del aparente.
*quien es virtuosos y, en consecuencia, conoce el bien, no puede dejar de practicarlo. Según esto, nadie obra mal voluntariamente, porque el vicio solo puede ser consecuencia de la ignorancia, esto es, de confundir el bien verdadero con el aparente.
Esta postura socrática se ha llamado intelectualismo moral y supone un cierto determinismo, ya que es tanta la fuerza que se le supone al bien que, cuando se lo conoce, la voluntad se ve impelida aponerlo en práctica.
*Respecto a la divinidad, Sócrates admitió que hay que honrar a los dioses de la ciudad, aunque él no creía en ellos, sino en un dios o daimon que le hablaba y le indicaba lo que debía o no debía hacer: sería una especie de voz interior, semejante al juicio de la conciencia. Durante su vida intentó ser fiel a esas exigencias interiores. En su tiempo, esta doctrina se consideró un peligro para el orden social.
(AA.VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona. 2016. AA.VV. Historia de la Filosofía. Editorial Edebé. Barcelona. 2003)